Cuando tiene algunos meses más y la representación mental de su madre es más firme, puede manifestarse la ansiedad ante los extraños.
Hasta los 8 meses aproximadamente, los niños pueden mostrarse sonrientes y amables con los extraños si éstos se les acercan e interactúan con ellos, no manifiestan rechazo.
Sin embargo, a partir de esa edad pueden empezar a manifestar su disgusto de que personas desconocidas se acerquen a ellos, les hablen, les toquen— Es lo que se conoce como la “angustia ante el extraño”.
Este hecho fue estudiado por un psicoanalista llamado René Spitz. Al tiempo, pueden surgir temores a separarse de la madre que es la principal figura de apego.
Esas ansiedades forman parte del desarrollo evolutivo normal y su adecuado manejo es fundamental tanto por sus efectos inmediatos como a largo plazo.
El bebé puede seguir apegado a su madre si se separa de ella, pero es conveniente que la separación no sea muy larga ya que si se prolonga los sentimientos de enfado y de rechazo pueden ocupar el primer plano.
La ansiedad ante los extraños y por separación suele cristalizar alrededor del primer año.
En ese momento, para facilitar el acercamiento, es positivo que la persona extraña sepa esperar y que no sea invasiva con el niño.
La aproximación debe ser progresiva, jugando y despertando la curiosidad natural del niño.
De esta manera se potencia su inclinación a relacionarse con los demás.
También facilita el proceso de separación el que la persona que se haga cargo del niño tenga disponibilidad para él, que pueda establecer un contacto lúdico y cálido.
Si además demostramos aprecio hacia quien se va a ocupar del bebé, si nos mostramos afectuosos, el paso también es más fácil.
También es importante hablar en positivo de esa persona y mostrar que nos inspira confianza.
El bebé también tiene sus propios recursos para ir asumiendo estas situaciones que vive de forma pasiva transformándola en algo activo, como a través de ciertos juegos de escondite.
Se ha llegado a observar a bebés de 3 meses que, sin dormir, cierran los ojos y luego los abren, encantados de reconectarse con el mundo. Estos bebés de alguna manera hacen aparecer y desaparecer ellos mismos a las figuras más cercanas, actuando de forma activa lo que tienen que sufrir pasivamente, como las ausencias de sus figuras más significativas.